El portero espera nervioso e impaciente el once inicial de su entrenador mientras se ata los cordones de las botas. Sus ojos se iluminan cuando después de meses de espera la alineación empieza por el 13 y no por el 1. El capitán de su equipo lo besa y lo felicita antes de salir a calentar. El césped tiene otro olor cuando sale a calentar como titular. Los minutos de calentamiento pasan lentamente. Hoy es el día en el que estrena titularidad en partido oficial con su equipo y en la categoría. Uno de sus compañeros entra al área a recoger un balón, lo mira con complicidad y le desea suerte. Acaba el calentamiento y ya en el vestuario se emociona al escuchar su nombre por la megafonía. Los compañeros deben avisarle para hacerse la foto cuando al salir al terreno de juego se va directo a la portería. Tras el sorteo hay cambio de campo y los poco más de cien metros se le hacen interminables. Y ahora sí, empieza el encuentro y desde la distancia ve el saque inicial del adversario. El balón llega a uno de los centrales y éste busca un lanzamiento largo en dirección a su delantero centro. La trayectoria de balón gana la espalda de sus centrales y el punta se planta solo ante él a los pocos segundos del inicio de partido. No tiene tiempo para pensar, de forma instintiva se lanza a los pies del delantero y éste cae dentro del área. El pitido del árbitro le resulta aterrador. Éste señala el punto de penalti y al portero se le viene el mundo encima. Roja y expulsión. De camino al túnel de vestuarios maldice su suerte y llora de rabia tras una acción que destroza todo el trayecto recorrido hasta el día de hoy. Ya en la ducha visualiza el lance del juego y no entiende lo desmesurado de la sanción. Sus compañeros jugarán con diez gran parte del partido, un compañero suyo deberá ser sustituido para que entre el portero suplente, el rival lanza una pena máxima, él se perderá este encuentro y la semana siguiente deberá cumplir el correspondiente partido de sanción. Demasiado castigo para este tipo de acciones.